Éstos hechos, como decía, son de una naturaleza particular, ya que a cada uno, en principio, nos afectan de diferente manera diferentes cosas.
Algunos forman parte de la propia vida, de la evolución como ser humano, y otras son consecuencia de la vida en sociedad.
Pero creo que se podría generalizar, de una manera amplia, que cada vez todo sucede más rápido, más fugaz, donde parece que todo está directamente asociado a la cantidad de unidades de valor común puedes mantener ( dinero, capitalismo ). Se ha perdido y además se fomenta, una especia de culto hacia lo fácil, hacia un camino sin esfuerzos, que engloba desde la capacidad de endeudamiento fácil, hasta ponerse en forma rápidamente con fármacos y batidos rápidos.
Sin tratar de demonizar o no demonizar sobre ningún aspecto político, si es cierto que la sociedad en la que vivimos se mueve rápido. Demasiado quizás.
Está preparada para acogerte y colocarte, enmarcarte, predeterminarte, , en función de como se desenvuelve uno con ella. Digamos además que en cuanto uno va creciendo, y va consolidando su fortaleza mental y experiencia, va siendo más consciente del entramado complejo, creado externamente, bajo la red de valores impuestos ( muchos comprados, copiados, impuestos quizás, y necesarios en un entorno fuertemente capitalista ) llamados como "esto es la vida", y tiene mayor capacidad para discernir entre esta opción y lo que considera de una manera subjetiva, personal, lo que la vida hace en el propio individuo, y lo que se supone que es la vida y la manera de sentirla y vivirla, fuera de claustros, reducciones y/o imposiciones.
El Aikido, en este caso, es decir su práctica, no es un analgésico contra esta medida, pero parece que muestra un elemento bastante justo, y esto es que te devuelve exactamente lo que le das.
No va a darse la situación en la que "uno parezca que sea el dueño de su destino", pero si facilita la concentración y la noción de consciencia individual que ayuda a controlar los pasos que se dan,
aportan serenidad y entereza y nos acercan a un ideal de focalización óptimo.
Sin entrar en los terrenos de las diferencias sociales, el AIKIDO se muestra como un elemento regulador, nivelador, igualitario, donde las propuestas que nos lanza deben ser capatadas con alegría, con inteligencia, donde la práctica, debe darse sin cabida al ego propio ni al ajeno y debe dirigirse hacia la propia felicidad y a la dicha por la propia práctica. El avance, la frustración, los muros forman parte del aprendizaje y el AIKIDO nos mostrará los suyos y es nuestro deber saltarlos, pero no saltarlos a través del método impuesto o de las maneras establecidas. El AIKIDO nos da la libertad de saltar los muros de la frustración de una manera única, personalizada, válida en cuanto a que es nuestra y de nadie más.
EL Aikido, se nos muestra por lo tanto, como una isla entre aguas turbulentas.
No hemos decidido navegar en estas aguas, ni tan siquiera hemos provocado que las aguas estuvieran tan turbias, tan movidas, con ese aire de tormenta, que parece querer engullirlo todo.
Sencillamente, lidiamos con todo eso.
Y entre todo eso, un lugar donde desarrollarse es la isla del AIKIDO, porque al margen de la disciplina marcial recuerda una serie de valores que enfortecen, serenan, enriquecen, y que nos preparan mejor para convivir con nuestro día a día, llenándonos de opciones, recursos, a un nivel muy interno, muy personal, muy válido, en estos días donde el peso y la actitud mental está tan poco valorada, y donde todo parece querer lograrse sin esfuerzo.
En los tiempos del "cómodos plazos", existe una doble velocidad reinante que nos afecta a todos los que vivimos en sociedad, y esta, está supervisada bajo la doctrina del dinero. Los que hablan contínuamente de él es porque en su obsesión tuvo que ver el hecho de no tenerlo, o haberlo perdido, y los que no hablan de él, o no le dan importancia, son los que nunca han tenido que necesitarlo porque siempre lo han tenido ( como dijo Howard Hughes a la famíla de Katherine Hepburn ) ( porque aunque Hughes tenía dinero, su excentricidad y genialidad le hacían siempre vivir con la amenaza de la bancarota, en determinados momentos ) o bien porque son autosuficientes e independientes ( en el sentido de que viven de espaldas los valores y principios económicos de la sociedad, creando su propia manera de sustento ).
El AIKIDO no llega para cambiar todo esto.
Sencillamente se muestra como un rico elemento interno que necesita su maduración . Su práctica y la sinceridad del entorno, los valores del dojo, la simpatía y la empatía que se dan en las "transmisiones" ayudan a generar la tranquilidad que ayuda a contemplar lo que explico desde un punto de vista.El Aikido da lo que le das, si le dedicas horas, pensamientos, te los devuelve potenciados. Es una ventana abierta más, aire, una isla en un mar de tormenta, en la que pisar con firmeza, sentir la brisa, plantear qué embarcación construír, cómo generar más islas, cómo abrazar a más personas, cómo difundir más éste mensaje de paz a más personas. Es una de las actividades más estimulantes y sinceras que conozco.
Ciertamente también el Aikido es justo y duro, en el sentido en el que si tan solo se enfoca como una actividad física, y se hace sin regularidad, se torna precisamente en eso, un conjunto de ejercicios. Y además, ejercicios complejos. Es por ello, que si no le dedicas, el propio Aikido no va a darte nada.
Además sucede que frente a la satisfacción de las sensaciones de la propia práctica, despojadas de las ideas de imposición sobre los demás, dominio de la voluntad y sistema de graduación y competición, que son conceptos que no casan con este arte, y vencidas las dudas que se generan por la tendencia por autocomplacerse, y por la filosofia del no esfuerzo que hablábamos antes, existe una sensación de felicidad y libertad absoluta, donde uno quiere practicar más y más, para hacer una reestructuración personal, saltar los propios muros que hablábamos anteriormente y hacerlo, precisamente, por uno mismo.
Por uno mismo, como volver a descubrir que uno es capaz de nadar y montar en bici sin la ayuda de papá o mamá, el hermano mayor, el tío, el abuelo, o aquella persona que nos condujo en su día.